martes, 26 de octubre de 2010

cayendo al vacio


Una bala de acero fría cruza el aire, la mano que la sostiene no duda. No tira al montón, su objetivo es mi pecho desnudo, acallar mi vos anarquista, esa voz popular que siempre enfrento las balas con gritos de liberación.
Mi cuerpo se sacude mis brazos van hacia a delante junto con mi cabeza, mientras tanto mi pecho se encorva al sentir el acero que quema mi piel y rompe huesos buscando mis entrañas.
La vista se me nubla por un instante, cuando mis rodillas sienten el segundo impacto y comienzan a ceder, se aflojan con la fragilidad de una vara al viento.
El cemento frío golpea mi rostro, mí pecho suelta su tinta roja, caliente sangre que mancha mi camisa mientras mi mano busca el lugar de la herida.
Mis ojos solo ven corridas y el humo de los gases lacrimógenos se esparce entre la multitud, algunos compañeros se acercan, levantan mi cabeza que ya no responde, entre tantos gritos de desesperación veo una compañera caída a mi lado, sangra su cuello, los disparos fueron no menos de cinco.
Y comienzo a sentir el vacío mientras las botas de la fuerza de choque de la policía rodean mi cuerpo.
No me socorren, solo intentan separar a mis compañeros, atraparlos para encarcelarlos, pues no buscan al autor de los disparos solo vuelven a cargar contra los anarquistas.
Mis ojos se llenan de lágrimas y allí están mis viejos, mis hermanos, mis amigos y mi novia, estiran sus brazos pidiéndome que no los abandone.
Y la fuerza de mi sangre joven lucha por permanecer aquí, pero las heridas son mortales.
Comienzo a perderme en un vacío sin fin, junto a mi última bocanada de aire el silencio y la oscuridad me atrapan.
Mi nombre hoy importa, yo soy Mariano Ferreyra, una página negra más en la historia de un país que se desangra entre la opulencia de unos pocos y la pobreza y el hambre de la mayoría.

Los hechos dejan un cadáver en las calles de Buenos Aires, las consecuencias no importan cundo los ángeles lloran una vida joven perdida bajo la prepotencia y la irracionalidad.