El calor sofocante, corta la respiración, el
desierto africano parece no tener fin. Es un mar inconmensurable de sol y
arena, con cuarenta grados reales a la sombra, que demuestran lo difícil que se
hace la vida para cualquier especie.
No estoy aquí por azar, no fue el destino el
que me trajo. Huyo, aunque mis fantasmas no me abandonan, y aunque a ellos
trato de hacer olvido, aquí están conmigo.
Nombres que no han de despegarse de mi cabeza,
rostros que me perseguirán incansablemente hasta el fin de mis días y la
desilusión de haber perdido algo o toda
mi vida en la bendita Buenos Aires.
Una ONG me trajo hasta aquí, el Sahara
africano, tengo como misión la colaboración humanitaria.
Soy médico voluntario, y me encuentro
acampando en el medio del desierto en un hospital de campaña.
Jamás antes había visto tal despropósito de
la humanidad, aquí hay una guerra que ya nadie recuerda como comenzó ni por qué,
solo sé que soldados de un bando y otro pelean por una porción de terreno estéril.
Continuamente llegan los heridos al hospital, sus heridas hablan por si mismas
de la crueldad de la batalla.
Si bien los contrincantes utilizan armas
modernas para matarse unos a otros, también podemos ver en la fiereza de los
combates la utilización de armas primitivas, como lanzas, flechas o espadas.
Cercenan sin pudor a los heridos, soldados,
hambreados y deshidratados. Que aun rogando por sus vidas son cruelmente
despedazados, al igual que la población civil. Ya que esta sufre la desproporción de los ataques de
unos y otros sin siquiera poder defenderse y aun así en toda esta locura, de sangre, arena
y dolor no puedo quitarte de mi cabeza.
Allí, siempre allí, viva en mi recuerdo como
vivos en mis sentidos están tu voz y tus palabras, Como vivos esos, tus ojos,
que dicen todo sin decir nada.
Tú, la que no tiene nombre, eres la única
razón de mi vida, tú la única por la cual alguna vez, he querido ser algo y sin
embargo no he sido nada. La que cerró con llave las puertas de su corazón, dándoselo
a otro en tiempo y forma equivocadas.
Porque tú sabes que me amas, y sin embargo
por orgullo y por dolor elegiste al peor de mis enemigos para entregar tu amor.
El día que te conocí, nuestros ojos se cruzaron y mi cuerpo entero sintió la
química de tu amor, vibramos en la misma frecuencia, fue cuando el tiempo se detuvo, solo, allí en
ese preciso instante donde las almas gemelas se reconocen una a otra.
No me fue difícil darme cuenta que tú misma habías
sentido esa fuerza extraña, que imanta,
que junta los elementos que por ser distinto se atraen.
Pero mi terquedad, mis silencios y mi espíritu
rebelde, solo lograron alejarte de mi. Yo soy culpable, yo soy el único
responsable de haber perdido tu amor y por cobarde me merezco estar, donde
estoy.
No quise entregarme a tu amor, sentí miedo
de lastimarte, no quería hacerte daño de ninguna manera, entonces cedí tiempo y
espacio a quien no debía.
Y el maldito traidor aprovecho tu dolor para
seducirte.
Entonces, entregaste ese amor, por cuentas
de oro.
Se lo entregaste al infame, artero,
usurpador, que bien conocía tu dolor.
! Maldito, te maldigo!
Galán de moda, conocías la fragilidad de
Liliana, sabias como yo que venía de otro desengaño amoroso, y no perdiste el
tiempo lanzándote con tus mentiras a la caza de la más inocente de las criaturas,
que el mismo Dios había puesto en mi camino.
Tan artero y mentiroso fue tu engaño que
todos en el hospital pronto supieron, que tu cambio estaba en tu mentira. Y
ella no supo distinguir entre lo genuino y lo embustero.
Simplemente porque no conocía en absoluto al ladrón.
Fue así como aprovechaste su debilidad y así
en una noche de soledad, me hirió de muerte cuando te entrego su amor.
Pero claro, ya es tarde, ahora caen bombas
sobre el hospital, el olor a carne quemada se me hace insoportable, trato de
dar socorro a los heridos, esquivando trozos de metal que cruzan el aire de la
carpa.
Donde antes había un herido, ahora solo hay
un pozo con fuego y pedazos de cuerpos mutilados quemándose en la impiedad de
una batalla que no es.
Pues nuestro hospital no tiene custodia
militar.
La carpa que hace de techo comienza a incendiarse, siento que estoy
herido, la sangre brota a borbotones a la altura de mi pecho.
Entonces una mano amiga trata de socorrerme.
Es inútil, se que muero, igualmente ya no podía
soportar tanto dolor. y aun así entre el olor a carne quemada y la polvareda de
la metralla solo una figura veo y es la tuya.
Así te pido perdón, muero en un lejano
lugar.
Es que, es verdad, vine a ayudar, pero también
vine a morir.
La simple idea de que estuvieras en sus
brazos, tarde o temprano me iba a matar.
Por lo menos aquí, hasta donde pude, trate
de ofrecer a otros un poco mas de vida y depositando en sus corazones un poco
de ese amor que a ti no te pude dar, entonces ofrezco mi vida a cambio de saber
que es siempre posible dar un poco más.
Dios, hoy creo en ti.
Dios, siento tanto dolor.
Pero no son mis heridas las que duelen, sino
su recuerdo.
Dios, siento tanto frío en medio de esta hoguera.
Entonces te ruego, permíteme que mis manos
toquen su piel.
Permíteme que mis labios besen su boca.
Que mis ojos se lleven su imagen a la
eternidad.
Dios, hazle saber a la mujer que tanto amo,
que muero pensando en ella.
Que será el último suspiro que salga de mi
boca, un beso que llegue a su memoria.
Y dile que por ella entregaría mi vida una y
mil veces si me lo pidiera.
Y a ti te pido, otra oportunidad, en otra
vida, donde la pueda amar.
Porque hoy pago mis errores en esta.
Porque ciego en mi delirio de vivir por la
libertad, muero sin saber que quién no ama jamás podrá ser libre de verdad.