El sin sentido
De a poco pierdo la conciencia, siento un
miedo como el que quizás, jamás antes
haya sentido.
Un dolor atroz recorre mis últimas fibras,
de un cuerpo que se sacude al morir. No es paz lo que me invade, es una
incertidumbre profunda. Sin preguntas, sin respuestas, sin voces ni
sensaciones.
Todo es la simple nada y al ser nada es
inexistencia.
Al no haber un cuerpo que delimite mi vida,
no comprendo con exactitud qué soy ni donde estoy.
¿Alma al fin? ¿Espíritu y confusión?
No, solo una presencia omnipotente dentro de
mí.
Sin embargo tengo conciencia y razonamiento,
y comienzo a sentirme parte de una energía tan poderosa como la vida misma.
Porque definitivamente es eso lo que soy,
energía.
El cosmos no tiene límites, el confín del
universo me atrapa y me lleva por caminos jamás recorridos por humano vivo
alguno.
Entonces comprendo, que la vida continúa
después de la vida, porque la energía es un todo que nos conecta con el
universo, que nos conecta con la existencia y por fin que nos hace inmortales.
La sala de emergencia se alborota, una y
otra vez, un medico grita.-Otro intento- y una fuerte descarga llega a mi
corazón.
Se sacude mi cuerpo y una jeringa endovenosa
perfora mi vena, un fluido caliente pasa recorriendo mi cuerpo, que momentos antes era un cadáver yaciendo en la
cama de un hospital público.
Y sin mi permiso, mi corazón comienza a
latir lentamente. Entonces, casi
imperceptible, un monitor comienza a dar signos de vida entre los vivos.
Los malditos bastardos sonríen satisfechos
me vuelven a la vida. Su vida.
Y me alejan, tristemente, de la eternidad.