Increíblemente
el destino macabro juega con el sentimiento de las personas. Tan caprichoso
como el mismo Cronos que al desemparejar los tiempos, cruza caminos imposibles
de transitar. La vida no es justa pero es natural, en cambio los sentimientos
cobardes alejan los amores. Dejando pasar un tren, viendo alejarse un barco, o
cubriendo con un manto de olvido, las pasiones que no se atrevieron a ser.
Nunca pudo compartir, con ella una tarde, una noche o un domingo de lluvia.
Solo frente a aquella ventana donde hoy se puede ver la lluvia calma de un 33 de
febrero. Sus ojos se llenan de lágrimas, no oculta el dolor y besa una foto ya
amarilla que encontró en el fondo del baúl. Aquella cabellera ondulante y
oscura como las noches de su silenciosa pasión. En vano le pide a su sentido
del olfato le revivía aquel perfume a jazmín, que en su inocencia de joven
dejaba como una estela fulgurante por los pasillos del viejo hotel. Tan jóvenes
y con vidas tan a destiempo. Pero por
aquellos tiempos él, no dejaba de pensar en salvar al mundo, y ella solo
pensaba en ser feliz, con un príncipe que la alejara de su infortunio de
trabajar y estudiar. Ambos pertenecían a un mundo salvaje y despiadado que
algunas veces confunde el futuro de los jóvenes, sin querer revelarles el
destino que guarda la vida para ellos. En cambio si sabia y desfrutaba con esa
maldad de los Maquiavelo que pululan el mundo. Por fin recuerda el triste
adiós, porque una tarde de domingo como hoy, la
vio bajo su ventana con su equipaje y al mirar hacia arriba saludo con
una mano, luego detuvo un taxi y lo abordo. El
bajo raudo las escaleras y en el
pavimento mojado solo encontró aquella foto hoy vieja y amarilla que ella a
modo de despedida le dejo. Hoy llora con su foto entre sus manos, hoy comprende
que no sabe ni siquiera su nombre, hoy entiende que fue cobarde y que no se
atrevió a cambiar su destino en pos de un único amor. Nadie golpea su puerta,
nadie hace sonar su viejo teléfono, ningún cartero dejara una carta porque él
nunca…nunca se jugó.