Una vez más soplo el viento del océano cargando de vitalidad las velas desplegadas, y el vuelo gentil de los albatros acompaño la nave que definitivamente se alejo de las costas.
Entonces los caminos de la tierra ya no fueron caminos, fueron estelas blancas que marcaron un rumbo en las profundas aguas de lo incierto.
Del cielo celeste surgieron colores oscuros, y se apagaron las estrellas que semejaban a faros de viejas estancias, donde la vida se colgaba y se perdía a gironés.
Las huellas del hombre se perdieron en historias que ya nadie recuerda, como los perfumes que de su piel fresca y joven se hicieron tan volátiles como el aire diáfano que permite alejarlo en silencio. Y fueron aquellos vientos sureños empeñados en esconderlos en los montes donde ya nunca nadie podrá volver a sentir su fragante aroma.
El hombre errante caminante de un mundo que le sorprendió en su inocencia hoy lo ve alejarse, y no se trata de de un vencido no se trata de un caído.
Se trata del cansancio que le envuelve desde la incompresion
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