domingo, 16 de abril de 2017



El sin sentido

De a poco pierdo la conciencia, siento un miedo  como el que quizás, jamás antes haya sentido.
Un dolor atroz recorre mis últimas fibras, de un cuerpo que se sacude al morir. No es paz lo que me invade, es una incertidumbre profunda. Sin preguntas, sin respuestas, sin voces ni sensaciones.
Todo es la simple nada y al ser nada es inexistencia.
Al no haber un cuerpo que delimite mi vida, no comprendo con exactitud qué soy ni donde estoy.
¿Alma al fin? ¿Espíritu y confusión?
No, solo una presencia omnipotente dentro de mí.
Sin embargo tengo conciencia y razonamiento, y comienzo a sentirme parte de una energía tan poderosa como la vida misma.
Porque definitivamente es eso lo que soy, energía.
El cosmos no tiene límites, el confín del universo me atrapa y me lleva por caminos jamás recorridos por humano vivo alguno.
Entonces comprendo, que la vida continúa después de la vida, porque la energía es un todo que nos conecta con el universo, que nos conecta con la existencia y por fin que nos hace inmortales.

La sala de emergencia se alborota, una y otra vez, un medico grita.-Otro intento- y una fuerte descarga llega a mi corazón.
Se sacude mi cuerpo y una jeringa endovenosa perfora mi vena, un fluido caliente pasa recorriendo mi cuerpo, que  momentos antes era un cadáver yaciendo en la cama de un hospital público.
Y sin mi permiso, mi corazón comienza a latir lentamente.  Entonces, casi imperceptible, un monitor comienza a dar signos de vida entre los vivos.
Los malditos bastardos sonríen satisfechos me vuelven a la vida. Su vida.
Y me alejan, tristemente,  de la eternidad.

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