Las luces del tablado se van perdiendo y a lo lejos la batería no deja de sonar. Mientras el coro repite una y otra vez la retirada, sin cansancio alguno, la emoción en los rostros de los jóvenes murguistas ilumina la noche.
Pocos entienden el valor de sus voces, muchos se preguntan ¿Por qué estos jóvenes adictos a la música y al teatro dejan su alma en cada tablado?
Desconozco la respuesta, me basta con ver sus rostros pintados, me bastan sus trajes coloridos, sus locos peinados, sus bromas y sus risas.
Me basta con compartir ese viaje tan puro y transparente hacia el otro gobierno,
Ese, que no deja entrar a la tristeza, que se esmera, que pelea por darle vida a la esperanza, a la alegría y el amor.
Ese, que no le teme a las dictaduras, ese que se quiere volverse voz popular en las voces de los de más abajo.
El gobierno de los poetas sin facultad, de los artistas sin escenario, de los bailarines sin marquesina que tamizan las madrugadas de las ciudades al sur. Por que en cada febrero que el dios Momo los convoca, llenan de energía las esquinas, parques y plazas, arrancan aplausos hasta a los que no quieren ver.
Y allí en esa vorágine de luz y color, ella no esconde su alegría.
Bajo el maquillaje, la chispa de sus ojos ve con inusitada curiosidad todo lo que pasa a su alrededor.
Ríe y canta, inventa rimas y acordes, se desdobla en su esfuerzo, brinda con cada compañero, merodea con la mirada, para luego dejar que las luces de la ciudad le recuerden que no esta sola.
Quisiera eternizar estos momentos, mientras su mano de princesa de carnaval va desdibujando el maquillaje, entonces la lozanía de su rostro acompaña sin pudores la chispa de aquellos ojos que redescubren el carnaval.
Y la ciudad se pregunta si es merecedora de su encanto.
Y el dios momo la protege y la cobija, la hace suya en una comunión murguera Vertiendo su sangre, respirando su aliento, dejando que sean vendavales esas voces de libertad que crecen en los arrabales.
Y ella orgullosa le dice soy joven, soy artista, soy argentina, soy la vida misma. Seré por siempre tu princesa, por que nunca acallaran ni mi voz y ni mi murga.
Y así la bañadera se lleva los sueños de la princesa y su corte de veintitrés murguistas, que acortando los caminos, llena de voces otra madrugada. En tanto las ciudades del gran río le dan los buenos días y el bullicio se pierde en la voz de los canillitas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario