
Existe un concepto casi universal, nacemos siendo la mitad de un algo que desconocemos, así las cosas de pronto llegamos a la vida solos. Allí comenzamos un viaje creyendo que en algún lugar encontraremos la mitad que nos fue negada al nacer, el viaje es largo, y la vida nos regala alegrías, nos depara tristezas, y nos roba nuestro tiempo.
Por fin estamos listos para dejarla y entonces enfrentamos el regreso solos, como cuando nacemos.
"Subo al auto y pronto estoy en una ruta, las luces amarillas marcan el camino que es largo y sinuoso, enciendo la radio y escucho a Ismael Serrano.
Desgrana sus versos con la calidez del poeta solitario.
Tiene la fragilidad en el alma, lleva el compás en sus temas hablándole al amor, a la soledad y a la libertad.
Es así como me va quedando uno de sus versos en la cabeza,"...Los que ayer morían en Bosnia, ahora mueren en Bagdad........"
Tomo el volante con la mano izquierda, busco un cigarrillo y lo enciendo.
Detrás de la llamarada del encendedor surgen unos ojos color de miel, que me observan, en silencio.
Son los ojos de un ángel, por un instante me agobian, me avergüenzan, bajo la mirada, vuelvo la vista al camino y aun están allí.
Viajo solo, pero esos ojos van conmigo, ¿es ángel o es demonio?
Ahora veo con claridad esos ojos que sostiene su mirada en la mía.
Pero algo sucede, pronto están rodeados de coyotes hambrientos, y estos aullándole a la luna intentan seducir esa mirada.
Esos ojos se dejan llevar por las ansias de la juventud, entonces se pierden bajo la luz de la luna para alejarse, y comienzo a darme cuenta, estoy seguro que ya no me verán más.
No comprendo, y aun así a lo lejos, continúan mirándome. ¿Por que?
Intento olvidarme, cierro los míos, dejo que de los versos de Machado inunden mi ser, canto a viva voz,..."para la libertad, sangro, lucho, y pervivo, para la libertad, mis manos y mi sangre.........".
Vuelvo a mirar, y el camino sigue allí, el cuenta kilómetros marca ciento sesenta, y aquellas luces amarillas tienen un final, busco en el reflejo del retrovisor, y esos ojos vuelven a mí.
Quiero que se queden, que me acompañen, pero así como esas luces brillantes amarillas que iluminan el camino desaparecen, así tan pronto como surgieron, tan bruscamente se van, abandonándome.
Ahora son las luces altas de mi auto las que me llevan, apago la radio y el silencio es un fuerte ruido que solo se corta con el zumbido del viento de la madrugada, busco otro cigarrillo y siento como la noche oscura abre sus fauces y me traga en el medio de la nada.
Por fin estamos listos para dejarla y entonces enfrentamos el regreso solos, como cuando nacemos.
"Subo al auto y pronto estoy en una ruta, las luces amarillas marcan el camino que es largo y sinuoso, enciendo la radio y escucho a Ismael Serrano.
Desgrana sus versos con la calidez del poeta solitario.
Tiene la fragilidad en el alma, lleva el compás en sus temas hablándole al amor, a la soledad y a la libertad.
Es así como me va quedando uno de sus versos en la cabeza,"...Los que ayer morían en Bosnia, ahora mueren en Bagdad........"
Tomo el volante con la mano izquierda, busco un cigarrillo y lo enciendo.
Detrás de la llamarada del encendedor surgen unos ojos color de miel, que me observan, en silencio.
Son los ojos de un ángel, por un instante me agobian, me avergüenzan, bajo la mirada, vuelvo la vista al camino y aun están allí.
Viajo solo, pero esos ojos van conmigo, ¿es ángel o es demonio?
Ahora veo con claridad esos ojos que sostiene su mirada en la mía.
Pero algo sucede, pronto están rodeados de coyotes hambrientos, y estos aullándole a la luna intentan seducir esa mirada.
Esos ojos se dejan llevar por las ansias de la juventud, entonces se pierden bajo la luz de la luna para alejarse, y comienzo a darme cuenta, estoy seguro que ya no me verán más.
No comprendo, y aun así a lo lejos, continúan mirándome. ¿Por que?
Intento olvidarme, cierro los míos, dejo que de los versos de Machado inunden mi ser, canto a viva voz,..."para la libertad, sangro, lucho, y pervivo, para la libertad, mis manos y mi sangre.........".
Vuelvo a mirar, y el camino sigue allí, el cuenta kilómetros marca ciento sesenta, y aquellas luces amarillas tienen un final, busco en el reflejo del retrovisor, y esos ojos vuelven a mí.
Quiero que se queden, que me acompañen, pero así como esas luces brillantes amarillas que iluminan el camino desaparecen, así tan pronto como surgieron, tan bruscamente se van, abandonándome.
Ahora son las luces altas de mi auto las que me llevan, apago la radio y el silencio es un fuerte ruido que solo se corta con el zumbido del viento de la madrugada, busco otro cigarrillo y siento como la noche oscura abre sus fauces y me traga en el medio de la nada.
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