domingo, 25 de diciembre de 2016



Un cuento
Hace años que me siento en la escalinata de la Facultad de Ingeniería. Aquí dicen que quien cuenta las columnas del edificio jamás se recibe. Por suerte no es mi problema, pues no soy un estudiante y llego hasta aquí gracias a mi lazarillo, Sultán, y mi blanco bastón. Hace  ya bastante tiempo que perdí la visión, pero no me quejo otros sentidos como el oído y el olfato se desarrollaron en mi persona, tal el caso, de por ejemplo mi sensibilidad en mis manos. Por que cuando puedo tocar, sea una persona o un paisaje, ejemplo un árbol, veo su imagen como cualquier mortal. Si es así como lo conocí a Él una tarde cualquiera de un mes que ya no recuerdo se acerco queriéndome prestar ayuda. En realidad a partir de ese momento quien le presta  ayuda soy yo. Pues la confianza nació en su tono de voz, en sus silencios y en sus perfumes. Así tarde tras tarde, fue contándome su penar y yo ansió escuchar esa historia que le pertenece a él y sin embargo le es tan lejana,  y yo lentamente me involucro en su historia y comienzo a hacerla mía, siempre respetando mi lugar. Porque a través de sus palabras conocí una joven y hermosa mujer. En sus palabras encontré el tono rubio de su cabello, ese amarillo que cubre los trigales en primavera. También supe de sus ojos claros, Que se tiñen de cielo como las aguas de los lagos del sur. Supe que esos mismos ojos cuando se encoleriza se tornan grises, y que a su vez cuando unas lágrimas humedecen sus pupilas oscurecen y se apagan como tormentas de verano. Hoy  espero ansioso que me cuente nuevamente de Ella, entonces dice.-Ella hoy vive un gran momento, con sacrificio y algunas lágrimas obtuvo el objetivo que se había planteado, cerrando un año con un nuevo título de post grado. Muchos han reconocido su esfuerzo, pero solo ella sabe cuánto esfuerzo le ha costado, por eso disfruta y sonríe y goza cada momento con la frescura de su eterna juventud.
Entonces me la imagino, porque es cierto no la he visto, tampoco la conozco, pero la imagino joven y audaz. En tanto  mi amigo, cuando habla de ella, adivino que se ruboriza por el tono de su voz y por la pausa que hace cuando insisto en que me la describa. Quisiera verla por un momento y quisiera que me brindara esa misma sonrisa que le brinda a él, en cada encuentro casual. Pero la verdad es que es su historia y no la mía. Entonces con alguna escusa vuelvo a mi departamento, con la ayuda de Sultán y mi bastón, me hago unos mates. Me siento en mi máquina de escribir y eternizo esa historia que me es tan propia y sin embargo me es  tan ajena. Y en el silencio de mi departamento vuelvo a creer en el amor. Gracias a  Ella  y  Él.

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